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Lectura: Juan 13:36-38
Al final del capítulo 13 del Evangelio de Juan, vemos a Jesús “arrojando un baldazo de agua fría” sobre la falta de sinceridad de Pedro, quien afirmaba poder hacer mucho y permanecer al lado de Jesús. Confiar en uno mismo es dar rienda suelta al pecado, y ser independiente de Dios.
Después de revelar a sus discípulos que se iba a ir y que no podían seguirlo en ese momento, Pedro respondió: “Señor, ¿por qué no te puedo seguir ahora? Mi vida pondré por ti.” (Juan 13:37). Pobre Pedro, terco como una mula y no muy diferente a cada uno de nosotros. La respuesta de Jesús revela la insensatez de esta muestra de confianza en sí mismo: “¿Tu vida pondrás por mí? De cierto, de cierto te digo: No cantará el gallo, sin que me hayas negado tres veces.” (Juan 13:38).
Dios nos creó para depender de él. Adán podría haber vivido para siempre con un Dios dispuesto a suplir todas sus necesidades. Sin embargo, quería ser “como Dios” (Gén 3:5); quería hacer su regalada gana, independiente de su Creador. El pecado de Adán, osea, este principio de independencia, autosuficiencia e insubordinación, está arraigado en el alma de todas las personas, incluidos tú y yo.
La sabiduría humana dice: "Confía en ti mismo" . Pero Dios dice: “Maldito el varón que confía en el hombre, y pone carne por su brazo, y su corazón se aparta de Jehová.” (Jeremías 17:5). Tus amigos te aconsejan: “Sigue tu corazón ”, pero Dios advierte: “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?” (Jer 17:9). Dios desprecia el deseo de independencia de aquellos que quieren hacer su regalada gana: “No seáis como el caballo, o como el mulo, sin entendimiento, que han de ser sujetados con cabestro y con freno.” (Sal 32, 9). En el mismo Salmo, Dios dice que quiere enseñarte el camino por el que debes andar, y solo una mirada a él te hará comprender.
Mientras tanto, la religión del hombre seguirá insistiendo en que debes hacer grandes sacrificios para Dios, cuando es Él quien quiere hacer todo por tí. O más bien, que ya hizo lo más difícil: entregar a su Hijo para que muera por los pecados que haz cometido. El instinto de Pedro de hacer que su confianza en sí mismo parezca devoción no es más que un intento de satisfacer su propio ego, como lo hizo el rey Saúl en el Antiguo Testamento.
En lugar de destruir por completo el rebaño que había sido arrebatado al enemigo, como Dios había mandado, Saúl afirmó que había salvado lo mejor del rebaño para ofrecer sacrificios a Dios. La respuesta que recibió de Dios, a través del profeta Samuel, fue:
“¿Se complace Jehová tanto en los holocaustos y víctimas, como en que se obedezca a las palabras de Jehová? Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios, y el prestar atención que la grosura de los carneros. Porque como pecado de adivinación es la rebelión, y como ídolos e idolatría la obstinación. ” (1 Sam 15:22-23).
En los próximos 3 minutos Jesús revela la esperanza bienaventurada de los que ya se han convertido.
