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Lectura: Juan 14:4-6
Hace dos mil años el Imperio Romano dominaba todo el Medio Oriente, parte de Europa, Asia y el norte de África. Los romanos construyeron una red de caminos que permitía a sus tropas moverse rápidamente a cualquier punto del Imperio. Si alguien preguntara cómo llegar a Roma, la respuesta sería: “No te preocupes, elige cualquier camino porque todos los caminos llevan a Roma”. Pero, ¿y si alguien quisiera ir al cielo, podría elegir cualquier camino?
Justo antes de su muerte y resurrección, Jesús les dice a sus discípulos: Ustedes “saben a donde voy, y saben el camino” (Juan 14:4). Tomás no entiende. “Señor, no sabemos adónde vas; ¿Cómo, pues, podemos saber el camino? (Juan 14:5). Bueno, hoy sabemos a dónde fue Jesús después de morir y resucitar: fue al cielo. Así que la primera parte de la duda de Tomás ya ha sido resuelta. Falta resolver la segunda parte, que mucha gente aún se sigue preguntando: ¿Cuál es el camino al cielo?
Como hicieron con Roma, los hombres inventaron muchos caminos al cielo. Algunas están llenas de agujeros, porque hay quien piensa que allí sólo se llega sufriendo mucho. Otros sólo tienen la ruta, y de cada uno dependen las obras que pavimentarán su camino. Está el camino de la reencarnación, pero en ese camino siempre vuelves al punto de partida, a veces con un coche peor si no dirigiste bien la anterior vez. Existen caminos llenos de peaje para sustentar a los predicadores que los crearon.
¿He olvidado algún camino hecho por el hombre? Por supuesto. Hay tantos que no podría contar, pero ninguno de ellos garantiza el destino. ¿Quieres un consejo? Cuando te invitan a la casa de alguien, ¿quién es la persona más confiable para mostrarte el camino? Quien vive allí. Así que preguntemos a Jesús cuál es el camino al cielo. Él responde: “Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie viene al Padre sino por mí” (Juan 14:6)
Simple y directo. El camino no es una religión, no es una iglesia, no es una filosofía, no es una doctrina, no es sufrimiento, no son buenas obras, no es guardar la Ley de Moisés, no son ordenanzas como el bautismo o la Cena del Señor, ni diezmos, ofrendas o contribuciones. El camino es una Persona; el camino es Jesús. Si estás en Jesús, estás en el camino, y el único acceso a ese camino es a través de la fe en Jesús y la única obra que fue necesaria para pavimentar ese camino fue la muerte y resurrección del Hijo de Dios.
Antes de que alguien pregunte qué hay de malo en tomar cualquier otro camino, Jesús responde: “Nadie viene al Padre sino por mí”. Si encuentras que la respuesta de Jesús es antidemocrática para alguien tan moderno e ilustrado como lo eres tú, entonces, siéntate libre. Elige el camino que prefieras o el que mejor se adapte a tu estilo. Seguramente llegarás a Roma.
En los próximos 3 minutos Jesús revela al Padre.
