El ateo Karl Marx tenía razón cuando dijo que la religión es el opio del pueblo. El opio es un potente narcótico que anestesia el dolor y evita que las personas se den cuenta que hay un problema en nosotros. El diálogo de Jesús con la mujer samaritana en el borde del pozo pasó por algunas etapas y ella respondía bien, hasta que él levanto la cuestión de su vida lasciva. Cuando nos coloca frente a nuestro pecado, inmediatamente apelamos para el opio de la religión en un intento de anestesiar nuestra conciencia. “Señor, me parece que tu eres profeta” (Jn 4:19), comienza, en un intento de ganar la simpatía de quien todo lo ve. Pronto se olvida de su interés por el agua viva y se pone a la defensiva. Cambia de tema y habla de religión para desviar el foco de sus pecados. Es como decir, "Yo tengo una religión... porque nuestros padres adoraron en este monte". Defenderse es una característica humana. Adán declaró que la culpa de su desobediencia era la mujer que Dios le había dado. Eva culpó a la serpiente. Desde entonces, cuando no culpamos a alguien por nuestro pecado, entonces tratamos de ocultar con buenas obras de esfuerzo propio como un delantal hecha de hojas, como lo hicieron Adán y Eva. Pero Dios tuvo que matar a un animal inocente para hacer una ropa de piel que cubría perfectamente a Adán y Eva. Intentamos hacer lo mismo con la religión, y entienda por "religión" cualquier buena acción o actividad mística que hacemos en un intento de ser aceptado por Dios. Al religioso le gusta hablar de sus buenas obras para justificarse y aplacar el pecado que Dios aborrece. Él no se da cuenta que esto sólo puede ser resuelto con la sangre de una víctima inocente, Jesús, que vino como propiciación por nuestros pecados. "Propiciatorio" era el nombre de la tapa de oro que cubría el arca de la Alianza del Antiguo Testamento. El sacerdote tenía que sacrificar a un animal inocente y entrar en el lugar Santísimo, la cámara más íntima del templo, teniendo una vasija con la sangre del animal sacrificado. Una vez dentro, él rociaba la sangre sobre la tapa o propiciatorio. Dentro del arca estaba las tablas de la ley dada a Moisés, la misma ley que nos condena, pues dice que no hagamos aquello que somos incapaces de evitar, como la codicia, que es pecar por pensamiento. El hecho de que hay una tapa de oro cubierto con la sangre de una víctima inocente, sellando el arca donde estaba esta ley, demuestra que Dios podría ser propicio al pecador. Porque ahora la sangre de Jesús es colocada entre Dios y nuestras culpas, y es solo con base en esa sangre que ud puede ser salvo de sus pecados y del juicio divino. Ninguna religión puede hacer eso. Del encuentro de Jesús con la mujer samaritana vimos hasta aquí como predicar el Evangelio y lo que es el Evangelio. En los próximos 3 minutos vamos a aprender el objetivo de un alma, ser salvo por Jesús.
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